Al sentir que cada paso que das es una letra de tu destino que pasa a ser imborrable, y que cada cosa que dices jamás tendrá la oportunidad de haber sido dicha de otro modo. Cuando llega el momento idóneo para hacer algo, no lo haces, y te das cuenta de que quizás nunca vuelvas a tener es oportunidad y que cada amigo que haces es una mano que toca tu corazón y que por cualquier tontería que podía evitarse, esa mano puede arrancarte un pedazo que jamás volverá a reponerse. Cuando respiras hondo antes de hacer algo que supone un reto, o cuando decides escribir con claridad tus sentimientos. Cuando amas a alguien y no lo dices, o sólo lo dices de la manera equinbocada, o incluso cuando no consigues reunir el valor y lo retrasas. Cuando piensas en una fecha especial, en ése día que durante un año habías esperado y que ahora parece caer demasiado pronto, o en el momento menos adecuado. Cuando sabes que por mucho que quieras seguir, tienes que detenerte ahí y esperar un tiempo y la música en vez de llenar su espacio lo ensancha más. Cuando sientes que eres incapaz de hacer algo que te impida abarcar más de lo que te gusta, cuando dibujas tus sueño en la tinta que usas para escribir cuentas oraciones y fórmulas escolares. Cuando piensas en voz alta y descubre que todos lo han oído o cuando le miras intentando que te mire. Cuando sientes que necesitas seguir adelante aunque cueste, porque sabes que es tu misión y tu destino, cuando sabes que dar tus pasos una vez más, cada día, es el reto que tienes marcado, y que si no lo haces, no podrás seguir adelante. Cuando sabes que la vida es una película que no controlas y que a cada momento provoca una reacción diferente, donde lo que el día anterior gustó, ahora quizás sea tu peor opción.

    Todo es porque sabes que improvisar es lo que estás haciendo y sientes que aunque es difícil, es lo más bonito que puedes hacer, porque tú quizás no escribas todo el guión, pero decides cómo eres tú y decides el momento exacto...
                            ...En el que sales a escena.