jueves, 22 de noviembre de 2012

Podía verse el silencio.

Miraba hacia arriba, entre las ramas de los árboles que lo rodeaban. Las mismas ramas que unas semanas atrás se desprendían de sus rojas marrones, rojas y amarillas con las caricias de la brisa cada vez más fría, en una lenta danza que sólo ellos, amantes tímidos y silenciosos, conocían. Las mismas ramas que el día anterior se alzaban desnudas hacia el cielo, rozando las nubes grises que en aquel momento se negaban a descargar su caricia. Las mismas ramas estaban, ahora, cubiertas de nieve. Frías. Silenciosas. Dejándose besar por cada copo, que más tarde les ayudaría a vestirse de nuevo, con su muerte.

Y todo esto ocurría sin más. Sin que nadie lo impidiera ni nadie lo alabara. Sin que nadie más que él se parara a observar.

Porque si se observaba con detenimiento, podía verse el silencio.

Una noche en la ciudad.

Vi las luces brillar bajo la lluvia.
Y como había olvidado mis gafas
todo se volvió mágico de repente.